miércoles, 10 de agosto de 2011

El reloj a medianoche.

12:01. ¿Por qué me gasto en medir el tiempo de horas, minutos, segundos si lo que vale realmente no se mide en eso? Una palabra, un gesto, una mirada, un abrazo. ¿Cómo puede algo tan pequeño ser tan trascendental? Un día, un error cometido y toda una historia se desmorona. Nos queda hacernos los locos ante los errores e intentar seguir viviendo en éste mundo controlado por un tiempo que no es el nuestro, si no el de todos. Momentos inolvidables. Pocos. Mi memoria nunca ha sido buena. Si te digo que te quiero no es porque recuerde los momentos que pasé a tu lado, es porque de cada uno de esos momentos salió un destello emocional, que se guardó dentro de mí y, al parecer, fue aumentando, hasta formar un recuerdo. Pero no es un recuerdo visual o auditivo. Es ese recuerdo que queda del destello que alguna vez fue inmenso y ahora lucha por seguir alimentando esa ínfima esperanza de que algún día te habrás de dar cuenta. Con eso piensa y sueña mi subconciente. Mi parte racional, en cambio, me dice que ya me deje de tonterías de andar escribiendo a las 12:13 y me vaya a dormir. El maldito reloj nos tiene a su merced y nos recuerda que, sí, el mundo sigue girando a nuestro alrededor y el tiempo no se detiene.

1 comentario:

  1. Pase lo que pase, el mundo seguirá girando hasta que nos demos cuenta de que solo somos nosotros los que lo hacen girar...

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"Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio"-Proverbio hindú.